La unidad como principio vital

La unidad como principio vital

“Bahá’u’lláh ha trazado el círculo de la unidad; ha hecho un diseño para la unidad de todos los pueblos, y para que todos se reúnan bajo la sombra de la unidad universal. Esta es la obra de la Munificencia Divina, y todos debemos esforzarnos con alma y corazón hasta que la realidad de la unidad se consiga entre nosotros, y de acuerdo con lo que trabajemos, se nos proporcionarán las fuerzas”.

— ‘Abdu’l-Bahá

Hoy en día, la humanidad está aquejada por una terrible enfermedad: la falta de unidad, que se manifiesta en forma de conflictos entre naciones, religiones y razas. La convicción de que pertenecemos a una misma familia humana se encuentra en el corazón de las enseñanzas bahá’ís. Sin embargo, la unidad de la humanidad no implica uniformidad. Los escritos bahá’ís hacen énfasis en el principio de la unidad en diversidad. Con miembros de más de dos mil grupos étnicos, la comunidad mundial bahá’í es, quizás, la organización más diversa en el mundo. De esta forma, con un ejemplo tangible, se demuestra que las barreras de las diferencias humanas son superables y es posible construir una sociedad con un nuevo patrón de vida. Más que una mera tolerancia ante las diferencias o la celebración de los aspectos superficiales de las distintas culturas, la diversidad de la familia humana debería ser la causa de armonía y amor duraderos.

Construir la unidad en diversidad no es algo sencillo. Requiere un esfuerzo consciente de un gran número de personas. Bahá’u’lláh comparó el mundo de la humanidad con el cuerpo humano. Dentro de este organismo, millones de células, diversas en forma y función, desempeñan su papel en el mantenimiento de un sistema saludable. El principio que rige su funcionamiento es la cooperación. Sus diversas partes no compiten por los recursos; más bien, cada célula está vinculada a un proceso continuo de dar y recibir. Todos los seres humanos son miembros del cuerpo de la humanidad. Cada uno es esencialmente noble, posee un alma única. Todos tienen el propósito común de llevar adelante una civilización material y espiritual en constante avance.

Hoy en día, la humanidad está aquejada por una terrible enfermedad: la falta de unidad, que se manifiesta en forma de conflictos entre naciones, religiones y razas. La convicción de que pertenecemos a una misma familia humana se encuentra en el corazón de las enseñanzas bahá’ís. Sin embargo, la unidad de la humanidad no implica uniformidad. Los escritos bahá’ís hacen énfasis en el principio de la unidad en diversidad. Con miembros de más de dos mil grupos étnicos, la comunidad mundial bahá’í es, quizás, la organización más diversa en el mundo. De esta forma, con un ejemplo tangible, se demuestra que las barreras de las diferencias humanas son superables y es posible construir una sociedad con un nuevo patrón de vida. Más que una mera tolerancia ante las diferencias o la celebración de los aspectos superficiales de las distintas culturas, la diversidad de la familia humana debería ser la causa de armonía y amor duraderos.

Construir la unidad en diversidad no es algo sencillo. Requiere un esfuerzo consciente de un gran número de personas. Bahá’u’lláh comparó el mundo de la humanidad con el cuerpo humano. Dentro de este organismo, millones de células, diversas en forma y función, desempeñan su papel en el mantenimiento de un sistema saludable. El principio que rige su funcionamiento es la cooperación. Sus diversas partes no compiten por los recursos; más bien, cada célula está vinculada a un proceso continuo de dar y recibir. Todos los seres humanos son miembros del cuerpo de la humanidad. Cada uno es esencialmente noble, posee un alma única. Todos tienen el propósito común de llevar adelante una civilización material y espiritual en constante avance.